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22 de abril de 2008

Fraga: habló el buey y dijo ¡¡muuuuu!!


¡Qué simpático, Fraga! Ahí le tienen aplaudiendo ufano al lado de los próceres del franquismo de su época. Yo, entonces, era un breve rapazuelo que, por la mañana, mataba el tiempo copiando la consigna que el maestro escribía todos los días en en el encerado y, por la tarde, jugando a la guerra de los botones.
Más tarde, en el año 1976, más a sus anchas, Fraga, como de jefe de los de la porra, nos rodeaba con los caballos de sus grises en el hoyo de la Autónoma de Madrid, en el memorable Festival de los Pueblos Ibéricos, y, mientras abucheábamos a Víctor Manuel, gritábamos «la lluvia de Fraga... no nos apaga». Y es que Pablo Guerrero se empeñó en cantar el «tiene que llover, tiene que llover... a cán-ta-ros».

Antes, en 1966, el Régimen franquista publicó la famosa Ley de Prensa, conocida como Ley Fraga, cuyo funesto artículo 2º, que hizo las delicias del siniestro Tribunal de Orden Público, decía:
La libertad de expresión y el derecho a la difusión de informaciones reconocidos en el artículo 1.° no tendrán más limitaciones que las impuestas por las leyes. Son limitaciones: el respeto a la verdad y a la moral; el acatamiento a la Ley de Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales; las exigencias de la defensa nacional, de la seguridad del Estado y del mantenimiento del orden público interior y la paz exterior: el debido respeto a las Instituciones y las personas en la critica de la acción política y administrativa; la independencia de los Tribunales, y la salvaguardia de la intimidad y del honor personal y familiar.


Hombre, quiero suponer que Fraga no era de esos malvados franquistas que se dedicaba a hacer leyes contra los derechos democráticos, que no lo hacía a propósito, vamos; que le debió de dar una insolación el día de la foto de la derecha (firma de la Independencia de Guinea Ecuatorial) o cuando se fue a bañar a Palomares y, entonces, parió esa magnifica ley paradigma de todo atropello a la libertad de información. Quizás por eso, ahora, su prohijado Gallardón emula sus afanes y veta el acceso a la información de periodistas de la radio que, curiosamente, más ha hecho por la libertad en los últimos años. Sí, Don Manuel, esa misma, la COPE.

Es más, quiero suponer que ha sido otra insolación la que le hace revivir aquellos tiempos magníficos y pide que se calle Esperanza Aguirre. Es que es una maldición, toda la vida aparentando lo que no somos y, claro, llega un momento en que la añoranza nos puede y el alma censora y la porra reparadora afloran como el miembro fantasma mal amputado, ¿a qué sí?