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12 de mayo de 2009

Monarquía de partido


No soy monárquico; pero tampoco republicano. Me gusta ese acto atávico en el que varias personas hablan, argumentan y deciden sobre lo que les conviene: la asamblea, vamos.

Tampoco soy un mártir. Me adapto lo mejor que puedo al régimen que basa casi toda su fruición legislativa en la coerción como sistema de vender ruedas de molino en forma de derechos. Poco le cuesta al rebaño tragarse las obleas debidamente tostadas en la teleparrilla.

Llevo aceptando estoicamente muchos años la existencia de una familia real que, en teoría, serviría de cohesión en la discrepancia de los comunes. La institución regia tendria, por consiguiente, eso que tanto gusta a los progres, un carácter público. Por ello, no podría sospechar que los furibundos desEsperanzados acabaran privatizándola.