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21 de septiembre de 2006

Entrevista con Diego LOPEZ GARRIDO (6-marzo-1995)

Una entrevista de PILAR URBANO, publicada en el diario "El Mundo" el 6 de marzo de 1995.

Tiene 47 años, cuatro hijos, doce hermanos, miles de libros, varios pares de botas de fútbol, una cátedra de Derecho Constitucional en excedencia, y un escaño en el Congreso de los Diputados, como «independiente» en las gradas de Izquierda Unida. Le gustan las veladas musicales entre amigos aficionados. Le espanta la política de brocha gorda, sin rigor intelectual, sin matices. Del PSOE me dice que «como nunca lo amé, no he tenido que pasar del amor al odio».

Es, como Aznar, un nuevo tipo de político sin ira. Mejor aún: sin prejuicios. Tal vez por eso, estudia con interés la evolución de las derechas. Un político con olfato, o sea.
Pregunta.- Al margen de que los documentos de Laos sean auténticos o falsos, situémonos donde estábamos: tras una comparecencia-bis del ministro Belloch, en la que reconocía que el día anterior no nos había dicho la verdad. ¿Qué opina usted?
Respuesta.- Opino que fue un error político de bulto. El ministro debió comparecer para contar cómo y en qué condiciones traía a Roldán, ante el Parlamento, en primer lugar; y después, si quería, ante la Prensa. Pero, por lo visto, deseaba evitarse preguntas incómodas. Ahora tendrá que acudir, y no sólo a explicarlo todo detalladamente y sin lagunas, sino a dar razones de por qué ocultó a la opinión pública una información clave. Lo que parecía una brillante operación de busca y captura, se empañó en veinticuatro horas por ese engaño.
P.- Belloch afirmó las dos veces que «el Gobierno de España no pacta». Pero en esta story hay varios indicios de negociación y de pacto.
R.- Es todo muy confuso. A día de hoy, todos los datos apuntan a que los papeles de Laos son falsos. El hecho de que Belloch quisiera ocultarlos induce a pensar que hubo un pacto, cuyo fin podría ser tener aquí a Roldán, pero dificultando o impidiendo la investigación de todas sus conductas delictivas.
Belloch nos ofreció un relato muy vago, muy impreciso. No se sabía bien si hablaba de detención, de extradición, o de entrega. Y la realidad es que Roldán no ha sido detenido: se ha entregado. El escoge un país sin garantías democráticas, Laos, como lugar más adecuado para entregarse, a cambio de que sus siete delitos queden rebajados a dos.
Belloch tiene que despejar muchas incógnitas: ¿en qué circunstancias llega Roldán a Laos? ¿por qué elige ese Estado? ¿hubo alguna indicación del Gobierno español? ¿qué papel jugó Paesa? ¿se negoció con Roldán, a través de Paesa o de otro, ofreciéndole ventajas y garantías? Si me pregunto todo esto es porque Belloch nos ha ocultado la verdad, nos ha querido trucar la historia; y eso alienta la sospecha, fundada, de que detrás de esos documentos de Laos hay un pacto. Esta es la cuestión.
P.- ¿Por qué Belloch quiso «vendérnoslo» como un éxito policial?
R.- Podía haber dicho «ha sido fruto de una negociación política, diplomática»; pero lo mostró como una gran batida, un rastreo mundial, estrechando cada vez más el cerco, hasta que acorralan a Roldán. Pero no ocurre así. A Roldán no le fuerzan a ir a Laos. Es él quien elige ese sitio, como el más propicio. No estamos ante una apasionante novela policíaca, sino ante una inconfesable historia burocrática.
P.- Si se validara el documento de Laos, tendríamos a Roldán en la cárcel, pero muy aliviado de cargas, exonerado de un buen fardo de delitos. ¿Qué virtualidad puede tener ese papel?
R.- Yo mantengo la tesis de que ese documento no vincula para nada ¡para nada! a los jueces españoles: la extradición tendría que haberla pedido el juez del caso, aunque luego la tramitara el Gobierno. Con Laos no hay convenio de extradición. Y aunque ahora, para la entrega de Roldán, hubiese habido un acuerdo político entre gobiernos, tampoco eso vincularía al juez. Precisaría ser un tratado, con todo su formulismo legal, ratificado por las Cortes Generales, y publicado en el BOE. Porque a un juez no le vinculan las decisiones políticas: sólo la ley. Así que cualquier estrategia que se base en ese papel de Laos está condenada al fracaso.
P.- Pero Roldán no lo cree así...
R.- A Roldán le han malaconsejado, o le han engañado. Y, cuando se sienta burlado, reaccionará airadamente. Eso puede inquietar a quienes no desean que Roldán hable demasiado.
P.- En su segunda rueda de prensa, Belloch dio la impresión de que quería respetar la extradición supuestamente acordada con su colega de Laos. Incluso, apoyó la idea de que Roldán sólo fuese juzgado por malversación y cohecho. "Al fin y al cabo -dijo- son los dos delitos centrales". Como constitucionalista, ¿qué dice usted?
R.- Con Roldán, la misión del Gobierno ha terminado. Salvo colaborar absolutamente con la Justicia. Ahora han de trabajar los jueces. Y, repito, sin sentirse vinculados ni limitados por ese atrabiliario papel de Laos. La instrucción que la juez Ana Ferrer ha llevado a cabo tiene plena validez. Ella debe seguir investigando, sin que ese documento le ate las manos ¡en absoluto! Aunque fuera un acuerdo oficial, legítimo, entre dos gobiernos, estaría por debajo de la Constitución y de las leyes españolas. Nadie puede poner cortapisas a la instrucción de ese sumario. Y no sólo en la investigación de los siete delitos que se le imputan a Roldán: es que pueden encontrarse indicios o pruebas de otros diferentes: por ejemplo, de relación con el narcotráfico. En tal caso, ¿qué tendría que hacer la juez Ferrer? ¿pedir permiso al Gobierno español y al Gobierno de Laos?
En estos próximos días, y por ese asunto, vamos a presenciar un buen test de la independencia del Poder Judicial y de la sumisión del juez sólo al imperio de la Ley.
P.- Póngase un instante en la camisa del ministro Belloch...
R.- Bien, sí...
P.- Como político, como ministro, él calibró la disyuntiva de aceptar las condiciones de Laos -las que conocemos y las que nos podemos imaginar- o perder la pista de Roldán. ¿Usted qué hubiera hecho?
R.- Si la tesitura hubiera sido realmente "Roldán en España, o Roldán en Laos", sin otra posibilidad, yo hubiera decidido también que Roldán viniese a España. Pero no fue esa la disyuntiva, ni con esa perentoriedad. El error de Belloch fue no confirmar la autenticidad de su interlocutor en Vientiane. Pudo hacerlo por vías diplomáticas, o a través de una conversación directa con el ministro del Interior laosiano. Por eso nos encontramos hoy ante el esperpento de que el Gobierno español no sea capaz de decirnos con quién acordó la entrega de Roldán.
O sea: traer a Roldán, sí; pero sabiendo que, en todo caso, el documento del ministro de Laos no vale nada ante un juez.
El Gobierno necesitaba este oxígeno: era imprescindible localizar, capturar y traer a Roldán. Se presentaría como prueba fuerte de que el Gobierno no teme a que ese «testigo de cargo» tire de la manta. A nuestra democracia también le conviene que tal delincuente pague por sus delitos, y arroje luz sobre el tenebroso mundo de la corrupción política: los fondos reservados, las «mordidas» en las adjudicaciones de obras, el GAL... Por justicia y por higiene democrática es muy buena cosa que Roldán esté aquí y a disposición judicial. Pero los crasos errores de Belloch han convertido una buena noticia en una profundización de la crisis política en que está sumido definitivamente el Gobierno.
P.- Nunca llueve a gusto de todos: hay gentes del PSOE que preferirían un Roldán missing, sin rastro...
R.- Por supuesto: esos miembros del aparato del Estado, que actuaban en los tiempos de Barrionuevo y de Corcuera, deben de estar muy nerviosos. Y ahí se abre un tremendo abismo ante Belloch. En un Gobierno sin crédito ninguno, él quiere servirle a González lo de el cambio del cambio, y lo de salir con honor. Pero, por muy dispuesto que está a «destapar» para que entre la luz, su margen de maniobra es muy estrecho: enseguida perjudica al propio Felipe. Si toma una medida en esa línea, como la de traer a Roldán sin miedo a que hable, a González le estallan encima de la mesa las consecuencias. Porque no puede hacer el cambio del cambio sin poner en grave situación a sus ex ministros. Incluso, con riesgo político de sí mismo: ¿quién nombró a Roldán? ¿quién le mantuvo en los sucesivos gobiernos? ¿quién iba a designarle ministro?
Belloch ha aceptado ser ministro del Interior: un Ministerio que, en todos estos años de gestión socialista, ha sido el cuartel de la mentira institucionalizada. Si mete ahí el cuchillo, para sajar y limpiar, más tarde o más temprano quedará en entredicho la credibilidad del presidente del Gobierno. Y ése es el desgarro político de Belloch. Esa, su contradicción permanente.
P.- Estas triquiñuelas, estos engaños, estas tomaduras de pelo al país, ¿cómo se arreglan? ¿quién pagará por ello?
R.- Hasta ahora, Belloch ha sido la figura más creíble del Gobierno. Es una persona de trayectoria democrática. Ha tenido iniciativas acertadas. Dicho esto, no vea nadie prejuicio alguno en mi posición: Cuando en una crisis de esta trascendencia, un ministro oculta conscientemente a la opinión pública datos decisivos sobre la captura y el procesamiento del ex director de la Guardia Civil, y cuando ese mismo ministro cree haber tenido interlocución con un Gobierno, y -en el mejor de los casos- no sabe con qué grupo, mafia, o personas ha acordado la entrega de un prófugo, la decisión más digna de ese ministro es dejar el Gobierno. Esa dimisión aceleraría lógicamente la caída de todo el Gobierno, lo que explica que hasta hoy no se haya producido.
¿Que cómo se arregla esto? Sin ninguna duda ya: González tiene que asumir las responsabilidades políticas de gobernante, por toda una cadena de acontecimientos que le condenan a la dimisión. La única salida sensata y transitable es convocar elecciones.

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