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11 de julio de 2009

El hombre y el toro, la difícil (o no) decisión.

Casi cada año, durante más de treinta, he corrido encierros, pero nunca en Pamplona.

¿Por qué? Muy sencillo: porque allí junto a la imprevisibilidad de la actuación del toro, el excesivo número de variables a controlar me llama a la prudencia de no acudir.

La misma prudencia que me dice ahora que, a mi edad y con mi escasa forma física, las probabilidades de sobrevivir a una carrera con un morlaco se han visto sensiblemente reducidas. Desde hace dos años ya no voy a los encierros.

Si un adulto, libremente decide hacerlo, asume el riesgo. Eso, tristemente, es todo.